Foto de François Benveniste

Elia se quedó un rato mirando absorta la colcha de vivos colores que había comprado la semana anterior, felicitándose por su adquisición, mientras su novio Alberto se duchaba. El ruido del agua cercana hizo sin embargo que pronto cambiase el foco de atención de Elia. ¡Qué suerte había tenido con aquel hombre! Alegre, inteligente, apuesto y... ¡un artista en la cama! ¡Ay, qué tres horas más maravillosas acababa de pasar! Pero... ¡tenía que levantarse! Alberto marchaba de viaje por motivos laborales y ella quería aprovechar el resto de tarde para hacer unas compras.

Se despidieron en la estación y luego Elia marchó hacia una de las principales calles comerciales de la ciudad donde, después de pasar por varias tiendas, acabó a última hora en una librería. No tenía pensado comprar ningún libro pero le apeteció entrar a ver las novedades puestas a la venta y así lo hizo. Cuando ya estaba a punto de marcharse del lugar se entretuvo hojeando el último de los libros de Vargas Llosa, uno de sus autores favoritos, y entonces se dio cuenta de que muy pegado a su cuerpo, excesivamente, se encontraba un hombre un poco más joven que ella. Era delgado, con una nariz algo aguileña, pelo corto negro de aspecto deliberadamente descuidado y barba incipiente. Vestía pantalones vaqueros, camisa blanca y americana ligera gris y calzaba unas zapatillas de vestir de color verde oscuro. En una de las orejas llevaba un extraño pendiente rojo y negro que parecía un pequeño escarabajo. A Elia le llamó la atención la vestimenta de aquel personaje pero le incomodó su forzada cercanía y se apartó de él. El individuo se apercibió de inmediato del movimiento de Elia y como si fuera la cosa más normal del mundo la saludó con una sonrisa.

- Hola, me llamó Antonio -dijo
- Hola -contestó Elia con desgana
- ¿Cómo te llamas tú? -preguntó Antonio
- Elia, me llamo Elia

Mientras tanto, el llamado Antonio había recuperado la cercanía perdida con el alejamiento de Elia y le dio un beso en cada mejilla, al tiempo que con total confianza la enlazaba por la cintura y la atraía más hacia sí. Elia decidió marchar pero Antonio continuaba asiéndola con una firmeza de seda.

- ¡Te invito a tomar lo que quieras! Y me cuentas historias de Vargas Llosa...
- ¡Ah, no, no, no, tengo prisa! -dijo Elia que sin embargo permaneció sin moverse.
- ¡Pues entonces diez minutos solamente! ¡Tenemos una buena cervecería al lado! Estuve en ella con Vargas Llosa...
- ¡Qué trolero! 
- ¡Qué no, que es cierto! ¡Te lo cuento!

Elia se dijo a sí misma que sentía curiosidad por saber si era cierto lo que contaba Antonio, que no se había despegado de ella en ningún momento. Tenía no obstante que hacer una advertencia de rigor:

- ¡Vamos! Sólo diez minutos. ¡Qué te quede claro que tengo novio!

Elia intentó pensar en Alberto y en lo que estaría haciendo ahora mismo pero no se pudo concentrar porque sentía la mano de Antonio llevándola hacia adelante, ahora sobre su cadera y empujándola en algunos momentos, de manera muy suave, por la parte superior del culo. Quería cortarlo pero se inquietó al darse cuenta de que sus pezones estaban duros, muy duros. ¡Joder, qué lio! Bueno, se tomaría una cerveza y marcharía rápido.

Antonio resultó ser un conocedor de la obra de Vargas Llosa y le hizo un relato sobre su encuentro con el escritor que, verdad o mentira, resultaba verosímil. Antonio se pegó literalmente a Elia, cuando ambos se sentaron en uno de los largos asientos de la cervecería. Elia quiso aliviar sus nervios con la cerveza- porque ya se sentía muy mojada -y bebió más de la cuenta, incluso acabó mezclando al tomar unos chupitos. El resultado fue un gran mareo y a Elia no le quedó entonces más remedio, se dijo ella, que abrazarse a Antonio.

- ¡Uf, qué mareo tengo, no estoy acostumbrada a beber tanto! ¡No sé qué he hecho hoy! ¡Necesito tumbarme y estoy lejos de casa!
- Tranquila, yo vivo aquí al lado... Si quieres subes un rato hasta que estés mejor...
- ¡Ay, gracias! Pero no pienses mal... que ya te he dicho que tengo novio...
- ¡Qué no mujer, que no pasa nada!

Antonio llevó a Elia hasta su piso, a unas manzanas de la cervecería. En el ascensor la apretó firmemente contra su cuerpo y la besó. Entonces Elia se dijo que había quedado dormida por un momento. Pero el sueño había sido muy agradable...

Cayó sobre la cama de Antonio de espaldas y con los ojos cerrados y durante unos segundos que se hicieron muy largos para ella estuvo inquieta porque su acompañante parecía haber desaparecido. Sin embargo pronto se alivió al sentir las manos del hombre sobre sus muslos y ayudó a que éste la desnudase por completo, estirándose mimosamente. Estaba muy caliente, necesitaba sentir una verga dentro de su coño y pronto fue complacida. Elia gozó mucho, sin preocuparse de si aquello era sueño o realidad.

Cuando despertó, algo descompuesta y resacosa, era ya casi de madrugada. Antonio dormía plácidamente a su lado y la había tapado. Elia se levantó procurando no hacer ruido, asustada y deseosa de marchar. ¿Qué había sucedido?, pensó mientras se vestía a oscuras recogiendo las prendas que Antonio había dispuesto ordenadamente, plegadas sobre una silla. Se quejaba muchas veces a su novio Alberto de los viajes que éste tenía que hacer en fines de semana. ¡Siempre dejándola sola! Pero ella... ¿Acaso no se había comportado como una puta? ¿Qué dirían sus amigas si se enteraban de lo sucedido? ¿Los habría visto alguien?

Elia salió del edificio de Antonio a toda velocidad en dirección hacia su casa. Pero antes paró para tomarse un café bien cargado mientras se maldecía a si misma por ser tan suelta y trazaba planes para el supuesto de que alguien conocido la hubiese visto con Antonio. ¡Ay, el tal Antonio tenía su teléfono, pero lo iba a poner en la lista negra! ¡No quería ni ver su número en el supuesto de que la llamase! ¿Soy una fulana? No, no, esto ha sido un accidente y que el Antonio ése tiene un atractivo fuera de lo normal... Si no... ¡A santo de qué habría caído ella así! En fin, tenía que reconocer que iban a por ella hombres de categoría, ya quisieran sus amigas... Ante estos es difícil contenerse... ¡Pero desde luego, ella de fulana, NADA!