La calma interior que Adela experimentó al despertar tras su intensa experiencia con el viejo sátiro le duró poco. Lo que había vivido era tan atípico para ella y rompía de tal manera con su concepción del mundo (por lo menos en lo relativo al sexo) que el desasosiego no tardó en hacer aparición de nuevo en su ánimo. Tal vez si su cuerpo hubiese recobrado el anterior equilibrio, si las células y neuronas se hubiesen mostrado amnésicas a lo ocurrido, Adela habría podido pensar que el extraño suceso había sido algo casi onírico y excepcional, más fuera de la realidad que en ella. Pero el deseo de repetir, inevitablemente mezclado con asco y vergüenza, le dijo alto y claro que lo ocurrido había sido muy cierto. Así, la desazón fruto de su contradicción interna cobró rápidamente fuerza.

Adela ni tan siquiera tenía con quien poder compartir su problema. Sabía de sobra cual iba a ser la reacción de sus amigas si les confesaba lo ocurrido. En su círculo se veía mal tener relaciones sexuales con un hombre mayor. Adela no había reparado hasta entonces lo enconada y axiomática que era esta apreciación entre su gente cercana. A lo sumo podían tolerarse ciertas veleidades al fantasear con personajes maduros y famosos, al estilo del actor George Clooney, pero incluso éstas no debían abandonar el mundo de lo imaginario. Si Adela llegaba a contar que había orgasmado tras ser toqueteada por el sátiro del metro, su estigmatización estaba más que asegurada. ¿Su madre? Bueno, ella intentaría comprenderla, darle su apoyo amoroso, pero se asustaría mucho, sin duda y Adela podía hasta ver cual sería su cara de asombro y de espanto, mostrándose abiertamente a pesar de los vanos intentos de ocultación de su progenitora.

Los días que siguieron al encuentro del suburbano fueron muy difíciles para Adela. No regresó al metro, utilizando para el transporte el autobús ola bicicleta, aunque eso le suponía invertir casi una hora y media más cada día en los trayectos. Se intentó concentrar en los estudios, aunque con escaso éxito. Y también hizo la prueba de "sacar un clavo con otro clavo", follando con dos amigos distintos, ambos muy buenos amantes a su parecer. Los dos, tras sesiones de sexo particularmente intensas, le preguntaron lo mismo, aunque pudiesen variar las palabras exactas: "¿Qué te pasa? Nunca te había visto tan excitada. Pero... ¿Por qué parecías estar en otro sitio?".

Llegado el viernes se sentía desesperada. Necesitaba ayuda. Pensó en recurrir a algún psicólogo o sexólogo y empezó a consultar posibilidades por internet. Entonces recordó a Napoleón. En realidad pensó en Mateo, pero en el instituto le llamaban Napoleón, por su manía de llevar la mano derecha sobre el estómago, como solía hacer el emperador francés y por un cierto parecido físico innegable con Bonaparte. Mateo era un excelente deshacedor de enredos, tenía un talento natural para encontrar solución a problemas en apariencia difíciles, de cualquier tipo. Pero en el instituto se había especializado en enredos amorosos y había creado casi un consultorio sentimental y sexológico. En apariencia Mateo se mantenía al margen de los tejemanejes de amoríos y de sexo y sólo intervenía en ellos para dar opinión y soluciones. "Un poco tonto" -pensaban los testosteronados machos alfas seductores. "Muy buen chaval. Pero sólo me gusta como amigo", decían las chicas. Pero todos acababan consultándolo y Adela llegó a saber- tras creer durante un tiempo que ella era la única que se había acostado con Mateo -que prácticamente todas las jóvenes del lugar habían pasado por la cama de Napoleón, aunque también prácticamente todas lo habían ocultado.

Adela consultó la agenda de su móvil para comprobar que el teléfono de Mateo seguía en ella. Tuvo suerte porque respondió a su llamada a la primera y, más aun, porque aunque estaba estudiando en Estados Unidos casualmente ahora pasaba unos días de vacaciones en la ciudad. Cuando supo que Adela quería consultarle un "grave problema" accedió encantado al encuentro, porque este tipo de asuntos era una de sus máximas pasiones. Mateo había conseguido estudiar y trabajar al lado de una reputada psicóloga dedicada a estudiar justamente las reacciones espontáneas y más viscerales de las mujeres ante estímulos sexuales.

Mateo escuchó embelesado la descripción de Adela sobre su encuentro con el viejo lascivo. La atención concentrada de Mateo, con independencia de sus mismos diagnósticos y prescripciones, constituía sin duda una parte importante de la ayuda que proporcionaba. Así, Adela se fue tranquilizando mientras relataba los hechos a su amigo y algunas ideas se asentaron en su cabeza y surgieron chispazos de claridad. Al final, sin embargo, el pequeño emperador habló. De manera breve pero precisa, como recordaba Adela.

- Bien, bien, bien... ¿A qué viene tanto espanto? Punto primero, neumática amiga, los prejuicios sexuales de tus amigas, de tu madre o de quien sea han de preocuparte lo justo para que no puedan hacerte daño, pero ten siempre en cuenta que son eso, prejuicios, opiniones petrificadas de poco  valor. Punto segundo, el animal humano es muy complejo sexualmente hablando, responde de manera muy diferente, según la circunstancias y los estímulos. En tu caso han pasado varias cosas: primero, se ha producido un abordaje sexual en circunstancias anómalas y no previstas, lo cual asusta y excita al mismo tiempo; segundo, tu sátiro resulta ser un seductor que transmite gran intensidad sexual  a pesar de sus años y esto también asusta y excita; tercero, el viejo de marras ha utilizado el factor de proximidad, algo que funciona hasta extremos difíciles de creer pr los impulsos que genera. De hecho es una técnica de abordaje sexual muy eficaz, aunque pocos se atrevan a utilizarla... ¡por lo menos en estado sobrio! Podríamos añadir a todo lo anterior la misma vetustez de tu acosador, la cual, paradójicamente, da morbo a su ataque. En fin, no todas las mujeres reaccionarán igual al cóctel, pero si reaccionan como tú lo has hecho no tiene nada de extraño.

- ¿Y qué hago?

- Puedes rechazar tus impulsos o, mejor dicho, evitar apegarte a ellos, lo cual te costará un poco... hasta que se te pase el colocón provocado por el abuelo. Así evitas posibles peligros... O puedes descender a los infiernos con tu sátiro, disfrutarlo y ver qué pasa, lo cual tiene sus evidentes riesgos, pero también sus goces soberbios como compensación. Ya me has dicho tú misma que nunca habías sentido lo del otro día.

Tras su encuentro con el lúcido Mateo, Adela se quedó pensando si descendería al Hades o si iba a renunciar al encuentro con su peculiar dios de los infiernos.

(Continuará)