La reacción de Hwyfar, sacudiéndose de placer, me excitó. Noté que mi verga se hinchaba de sangre, endureciéndose ferozmente. Quise entonces exhibirme ante mi amiga y ahora amante, porque no dudaba del efecto que sobre ella tendría la contemplación de mi miembro, que siempre suele llamar la atención de las féminas por su grosor.

Cogiéndola de la mano como si de un baile de salón se tratase, llevé a Hwyfar suavemente hasta el borde de la cama e hice que se sentara en él. Se la veía soberbia ahora, desnuda casi por completo, magnífica por su estatura y porte, con el rubor de la excitación coloreando su piel y enrojeciéndole las mejillas, las tetas  turgentes, los pezones también hinchados y duros. De manera inevitable Hwyfar era plenamente consciente de su belleza animal, de su fuerza y poder sexuales, y una alegría seria se reflejaba en su rostro, esbozando en él una difusa sonrisa. Se dejó llevar con elegancia y se sentó dejando sus piernas abiertas y su sexo exhibido.

Por mi parte me desnudé ante ella sin dejar de mirarla. Los ojos de Hwyfar, que hasta entonces me habían rehuido, ya no lo hacían. Con cierta sorpresa al principio capté en ellos un deseo sexual puro, muy bestial, que no iba acompañado en aquellos momentos por otros sentimientos de afecto o cariño. Hacía ya tiempo que no me hallaba frente a un fenómeno semejante y me complació en extremo.

Cuando mi miembro quedó plenamente a la vista, Hwyfar hizo un comentario casi inevitable:

- ¡Es grande!

Entonces el aroma del sexo de Hwyfar me golpeó gratamente el olfato, porque se estaba enseñoreado de la habitación entera. Ella continuó no obstante sentada en el mismo lugar, esperando mi iniciativa. Fui hacia Hwyfar y cogiéndole una mano la deposité sobre mi pene erecto. De manera golosa y con posesividad pero con maneras muy suaves, la mano de Hwyfar se paseó sobre la verga ofrendada. Pequeños latigazos de placer recorrían el cuerpo de mi amante, mientras gozaba orgullosa de la posesión del falo. Le cogí entonces ambas tetas, una con cada mano y tras sentir su turgencia pasé a voltearle los pezones entre mis dedos índice y pulgar, endureciéndolos y alargándolos aun más. Hwyfar emitió una especie de rugido y con una cierta violencia se desplomó de espaldas sobre la cama. Pero no quiso soltar mi polla y me hubiera arrastrado con ella y sobre ella si yo no la hubiese obligado a soltarla ejerciendo presión sobre su muñeca.

- ¡Tranquila, mi reina, tranquila!
- ¡La quiero dentro, bien dentro!
- ¡La tendrás!

Pero aunque a mi me apetecía ya a muerte entrar en el coño de Hwyfar, juzgué que el placer debía dilatarse. Aproveché la posición yacente de la mujer y me arrodillé frente a ella o, mejor dicho, frente a su sexo. Me deleité con el olor denso, con cuerpo, que exalaba la vagina chorreante de Hwyfar- ¡la que no sabía hacía poco si sería capaz de hacer nada! -y empecé a besar con lentitud sus largos muslos. Pero el nivel de excitación de la mujer ya había alcanzado tantos grados que aquellos prolegómenos resultaban hasta baladíes. Lo noté porque Hwyfar se movía inquieta y sus caderas saltaban de vez en vez como impulsadas por un resorte.

Me lancé pues decidido sobre los labios de su vulva, posando mi lengua sobre ellos, mientras unía mis manos con las de Hwyfar, que las apretó con singular fuerza. A continuación  me despegué con rapidez  del sexo de la ya muy exaltada hembra y de inmediato un gemido de súplica me llamó a continuar. Lo hice, hundiendo ya la lengua en las humedades de Hwyfar y haciendo que su punta se paseara por ellas hasta llegar casi al clítoris, en cuyas inmediaciones se detuvo. Luego, descansé la sin hueso, plana, inmóvil, por largos segundos, sobre aquel sexo encharcado. Finalmente, por sorpresa y muy velozmente la lengua llegó a un clítoris a punto de reventar y lo hizo bailar de manera repetida. Hwyfar se corrió con un grito fuerte y contorsionándose. 

Con ímpetu, mientras su cuerpo aun vibraba, me aupó hacia arriba estirándome de los brazos y entré en su vagina como quien lo hace en un mar cálido. A las pocas embestidas orgasmó de nuevo, esta vez de manera más silenciosa. Me forzó a continuar, empujándome las nalgas con sus manos, y noté como su vagina vibrababa succionando mi verga al descargar su tercer orgasmo.

Mientras ella seguía temblando la levanté hacia mi para besarla en la boca. Cualquier reparo había ya desaparecido y las lenguas de ambos batallaron entre mares de saliva. Me alejé luego de Hwyfar y contemplé nuevamente su cuerpo soberbio. Sentía mis cojones hinchados, embestí por dos veces y a la tercera estallé dentro de su coño. La volví a besar en forma lasciva mientras seguía chorreándole mi leche.