Foto de Sára Saudkova


Siendo Adela una persona en general osada pronto optó por la segunda de las alternativas sugeridas por Mateo: penetraría en el abismo, con los riesgos que eso conllevaba. La decisión la libró de una parte de su desasosiego, aunque no de todo él, porque ello era imposible. Como el guerrero antes de la batalla, Adela tuvo miedo, y éste se fue incrementando según se aproximaba el día que ella misma había fijado para su reencuentro con el viejo sátiro. Realmente no tenía ninguna garantía de volverse a encontrar con él pero su intuición le señaló que si bajaba al metro en el mismo día de la semana y a la misma hora en que lo había hecho una semana antes, iban a coincidir de nuevo.

En la boca del metro, Adela se detuvo durante un buen rato, velando sus armas o preparándose para su sacrificio de iniciación, porque así se veía ella: como una luchadora y también como una neófita que fuera a ser iniciada en los misterios infernales. El corazón se le aceleró de nuevo, tocando a ritmo de tambor, y con una mezcla de pena profunda y deseo impetuoso, bajó escalón a escalón hacia el suburbano.

A la misma hora justa de hacía una semana, entró en el mismo vagón de la misma línea. Y frente a ella, una vez cruzó la puerta, pudo ver al viejo, sentado en uno de los asientos, vestido de manera idéntica a la vez anterior y mirándola con una sonrisa malévola. Adela tomo sitio frente al hombre, muy asustada, pero dispuesta a seguir adelante. La cara de aquel diablo, de aquel sátiro que podía ser Sileno o Marsias, le pareció esta vez más demacrada y con rasgos más angulosos, los ojos más brillantes y encendidos, chispeantes, ígneos. de un singular tono verdoso tirando a rojizo. Quiso sostenerle la mirada al sátiro y pudo hacerlo a duras penas. Él se levantó a los pocos segundos de reiniciar el metro su marcha para cruzar el corto espacio que separaba sus asientos y ponerse al lado de Adela, casi rozándola, pero sin tocarla aun.

- ¿Hoy vienes decidida a casarte conmigo, verdad niña? -le dijo en forma susurrante y acercando sus labios a uno de sus oídos.

En el vagón se encontraban entonces alrededor de una decena de personas, distribuidas a lo largo de su espacio. La aproximación del sátiro a Adela ya había llamado la atención de varios de los presentes. Una expectación tensa se produjo en el interior del recinto móvil. Ayudó a incrementarla el que la misma Adela devolviese miradas al improvisado público, que así casi tuvo la certeza de que iba a pasar algo. Tres jóvenes no muy alejados de la adolescencia se reían, de pie junto a una de las puertas.

El sátiro volvió a susurrar al oído de Adela:

- ¡Ah, ah, ah! ¿Te atreves? ¿Te atreves? ¿Sí?

Mientras decía esto, el viejo sileno puso una de sus grandes y nudosas manos sobre una de las tetas de Adela, acaparándola como una cuchara que recoge el alimento. Adela temblaba, pero el contacto de su piel con la palma del sátiro la encendió y su espalda se movió de manera instintiva para que la presión sobre su pecho fuese mayor. El hombre le bajó el escote y al tiempo el sujetador, de forma que la teta quedó a la vista de todo el mundo. Con el índice y el pulgar hizo bailotear el pezón de Adela y lo transformó en granito. Ella le pasó amorosamente un brazo por encima del hombro a su Sileno, mientras apoyaba firmemente las plantas de los pies en el suelo- aquello que sucedía era real -y se entregaba por completo al demonio. Una sensación muy intensa, mezcla indiscriminada de tensión y de placer, le invadió el cuerpo por entero. Pero casi de repente tuvo un orgasmo muy poderoso y rápido, tan fuerte que estuvo a punto de perder el sentido. No lo hizo, sin embargo, y mientras gozaba de una segunda oleada de placer más suave pudo ser capaz de concentarse en lo que ocurría a su alrededor: una pareja de mujeres de mediana edad y otra ya mayor se habían apelotonado en un acto casi reflejo de protección frente a lo que estaba pasando, cuchicheaban y echaban miradas escurridizas y temerosas. Dos hombres observaban, desde puntos separados, la escena con gran seriedad y concentración. Una joven se marchó corriendo hacia otro vagón pero su acompañante se quedó grabando la escena con la cámara del movil. Finalmente, los tres muchachos que estaban junto a la puerta se fueron acercando entre risas y bromas soeces.

- ¡Dale caña abuelo! ¿Se la podrás meter? ¿Quieres que ayudemos?

Adela, desde su primera y sorprendente descarga, se había mantenido en una larga meseta de placer, punteada de pequeños ascensos, que coincidían con los momentos en que su mirada cambiaba de lugar para contemplar a los espectadores y sus reacciones, y de pequeños descensos cuando su interés sobre lo observado decrecía. También infinitesimales  agujas se le clavaban morbosamente y sin parar en su sexo. Mantenía una extraña lucidez y gracias a ésta supo que estaban a punto de llegar a una estación de parada. Tenía miedo de que todo aquello acabase mal pero el placer la arrastraba de forma muy convincente. El diablo Sileno invitó a los jóvenes a participar en su banquete:

- ¡Penetradla! ¡Es vuestra! -les dijo

Mientras la luz aparecía por las ventanas del vagón, anunciando la entrada en la estación, los jóvenes dudaban. Uno de ellos tuvo finalmente miedo y se apartó. Entre el sátiro y los dos jóvenes restantes levantaron a Adela de su asiento, mientras las puertas estaban a punto de abrirse. Cuando finalmente el acceso al andén estuvo libre, las tres mujeres que se habían apelotanado salieron corriendo como alma que lleva el diablo. Tres nuevos viajeros entraron en el vagón, pero dos de ellos, al contemplar la escena que se desarrollaba, salieron de nuevo escupidos hacia el exterior. El joven más decidido despojó a Adela de sus bragas, luego el sátiro y el otro muchacho la sostuvieron por los muslos para que pudiese ser penetrada. Todo esto se desarrolló en forma improvisada pero como si formara de un plan aprendido por todos los participantes. En la estación se produjo un revuelo cuando la gente se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo. Se formó un grupo de expectadores en el andén, frente a la puerta del vagón, mientras Adela empezaba a ser embestida por el joven. Unos guardias de seguridad llegaron corriendo pero esto fue justo cuando las puertas ya se habían cerrado y el ferrocarril suburbano reiniciado su marcha.

Las consistentes entradas y salidas de  la verga de su follador, provocaron varios estallidos a la muy excitada Adela. Finalmente, navegando un mar de goce encrespado, reventando como una bruta una y otra vez, llegó sorprendentemente a tener un control casi total de la situación. Besó en la boca a su Sileno, hundiéndole la lengua hasta donde pudo y comiéndose la saliva del sátiro con gusto. Así tuvo su última corrida, recia y vibrante, que procuró alargar y repartir por todo su cuerpo. Luego, mientras el tren llegaba a una nueva estación ella se descabalgó y corrió hacia otro vagón. Ninguno de los participantes en la inmediata orgía la siguió. Cuando los vigilantes de seguridad entraron en el vagón, encontraron a los tres hombres, pero no a Adela.

Ya en el exterior la mujer respiró profundamente y rió a carcajadas. Tendría que visitar a su Sileno de nuevo, sin duda no podía dejar de cumplir con sus obligaciones matrimoniales.