Tras su confesión conmigo en la iglesia, Rosa se comprometió a cumplir las penitencias que le impuse. A principios de la semana siguiente me llamó para explicarme, con su torbellino verbal de siempre, cómo le había ido con Anselmo. El resultado, me dijo, fue ambiguo. Porque su novio, como era previsible, quedó espantado al conocer las andanzas de Rosa, que por otra parte no se privó de descripciones en mi opinión bastante más detalladas de lo necesario. Era evidente que mi joven tutelada continuaba torturando a su ingenuo novio, aunque ahora lo hiciese siguiendo mis preceptos. Anselmo se exaltó ante los vivos cuadros pintados por Rosa y en su imaginario le crecieron unos cuernos gigantescos con los que habría deseado asaetearla. Lloró y pataleó como un niño y al final acabó follándosela violentamente, ametrallándola con su verga y consiguiendo, sin saberlo y por vez primera desde que estaba con ella, lo que mi protegida denominaba "los tambores del sexo bien hecho", es decir, un flop-flop-flop de polla en coño bien encharcado y un clap-clap-clap de sus cojones golpeando el sexo encendido de Rosa. Ella, aficionada a ponerle nombres expresivos sus sensaciones, me dijo que había tenido "una carrera de corridas" tan larga que había acabado con el sexo y el vientre doloridos.
Pero tras descargar entre gemidos de gusto, rabia y pena, Anselmo descabalgó rápido de Rosa y le dijo que lo suyo había acabado, que era una mala puta y mujer poco de fiar con la que ya no quería tener trato alguno. Rosa, que a pesar de su sadismo con Anselmo, estaba a su manera enamorada de él, se apenó mucho ante la reacción final de éste y acabó rematando su "carrera de corridas" con un tremendo, sentido y largo llanto de magdalena.
Publicado el
miércoles, enero 01, 2014
por
El Barquero