La reacción de Hwyfar, sacudiéndose de placer, me excitó. Noté que mi verga se hinchaba de sangre, endureciéndose ferozmente. Quise entonces exhibirme ante mi amiga y ahora amante, porque no dudaba del efecto que sobre ella tendría la contemplación de mi miembro, que siempre suele llamar la atención de las féminas por su grosor.

Cogiéndola de la mano como si de un baile de salón se tratase, llevé a Hwyfar suavemente hasta el borde de la cama e hice que se sentara en él. Se la veía soberbia ahora, desnuda casi por completo, magnífica por su estatura y porte, con el rubor de la excitación coloreando su piel y enrojeciéndole las mejillas, las tetas  turgentes, los pezones también hinchados y duros. De manera inevitable Hwyfar era plenamente consciente de su belleza animal, de su fuerza y poder sexuales, y una alegría seria se reflejaba en su rostro, esbozando en él una difusa sonrisa. Se dejó llevar con elegancia y se sentó dejando sus piernas abiertas y su sexo exhibido.

Por mi parte me desnudé ante ella sin dejar de mirarla. Los ojos de Hwyfar, que hasta entonces me habían rehuido, ya no lo hacían. Con cierta sorpresa al principio capté en ellos un deseo sexual puro, muy bestial, que no iba acompañado en aquellos momentos por otros sentimientos de afecto o cariño. Hacía ya tiempo que no me hallaba frente a un fenómeno semejante y me complació en extremo.

Cuando mi miembro quedó plenamente a la vista, Hwyfar hizo un comentario casi inevitable:

- ¡Es grande!

Entonces el aroma del sexo de Hwyfar me golpeó gratamente el olfato, porque se estaba enseñoreado de la habitación entera. Ella continuó no obstante sentada en el mismo lugar, esperando mi iniciativa. Fui hacia Hwyfar y cogiéndole una mano la deposité sobre mi pene erecto. De manera golosa y con posesividad pero con maneras muy suaves, la mano de Hwyfar se paseó sobre la verga ofrendada. Pequeños latigazos de placer recorrían el cuerpo de mi amante, mientras gozaba orgullosa de la posesión del falo. Le cogí entonces ambas tetas, una con cada mano y tras sentir su turgencia pasé a voltearle los pezones entre mis dedos índice y pulgar, endureciéndolos y alargándolos aun más. Hwyfar emitió una especie de rugido y con una cierta violencia se desplomó de espaldas sobre la cama. Pero no quiso soltar mi polla y me hubiera arrastrado con ella y sobre ella si yo no la hubiese obligado a soltarla ejerciendo presión sobre su muñeca.

- ¡Tranquila, mi reina, tranquila!
- ¡La quiero dentro, bien dentro!
- ¡La tendrás!

Pero aunque a mi me apetecía ya a muerte entrar en el coño de Hwyfar, juzgué que el placer debía dilatarse. Aproveché la posición yacente de la mujer y me arrodillé frente a ella o, mejor dicho, frente a su sexo. Me deleité con el olor denso, con cuerpo, que exalaba la vagina chorreante de Hwyfar- ¡la que no sabía hacía poco si sería capaz de hacer nada! -y empecé a besar con lentitud sus largos muslos. Pero el nivel de excitación de la mujer ya había alcanzado tantos grados que aquellos prolegómenos resultaban hasta baladíes. Lo noté porque Hwyfar se movía inquieta y sus caderas saltaban de vez en vez como impulsadas por un resorte.

Me lancé pues decidido sobre los labios de su vulva, posando mi lengua sobre ellos, mientras unía mis manos con las de Hwyfar, que las apretó con singular fuerza. A continuación  me despegué con rapidez  del sexo de la ya muy exaltada hembra y de inmediato un gemido de súplica me llamó a continuar. Lo hice, hundiendo ya la lengua en las humedades de Hwyfar y haciendo que su punta se paseara por ellas hasta llegar casi al clítoris, en cuyas inmediaciones se detuvo. Luego, descansé la sin hueso, plana, inmóvil, por largos segundos, sobre aquel sexo encharcado. Finalmente, por sorpresa y muy velozmente la lengua llegó a un clítoris a punto de reventar y lo hizo bailar de manera repetida. Hwyfar se corrió con un grito fuerte y contorsionándose. 

Con ímpetu, mientras su cuerpo aun vibraba, me aupó hacia arriba estirándome de los brazos y entré en su vagina como quien lo hace en un mar cálido. A las pocas embestidas orgasmó de nuevo, esta vez de manera más silenciosa. Me forzó a continuar, empujándome las nalgas con sus manos, y noté como su vagina vibrababa succionando mi verga al descargar su tercer orgasmo.

Mientras ella seguía temblando la levanté hacia mi para besarla en la boca. Cualquier reparo había ya desaparecido y las lenguas de ambos batallaron entre mares de saliva. Me alejé luego de Hwyfar y contemplé nuevamente su cuerpo soberbio. Sentía mis cojones hinchados, embestí por dos veces y a la tercera estallé dentro de su coño. La volví a besar en forma lasciva mientras seguía chorreándole mi leche.

Publicado el lunes, marzo 02, 2015 por El Barquero

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Cuando vi a Hwyfar en persona por primera vez, sentada en el sofá del hotel, sentí una gran alegría como la de aquél que se reencuentra con una persona muy querida después de un largo tiempo de separación. Pero en realidad yo nunca había visto a Hwyfar cara a cara hasta entonces.

Hwyfar y yo nos conocimos como blogueros, en los espacios virtuales. Transcurrieron a partir de entonces bastantes meses de mero intercambio epistolar, que en sí mismo parecía autosuficiente y en este tiempo sólo nos enviamos algunas fotos. Ni siquiera hablábamos por teléfono ni wasapeábamos. Luego, casi de manera repentina, como una presa que se ha ido llenando poco a poco pero que finalmente rompe y desborda, llegó la petición de ella. Un día sonó el móvil y al descolgarlo oí  por primera vez la voz de la mujer:

- Hola, soy  Hwyfar, quiero encontrarme contigo.

Era lo que yo había pretendido desde el principio y en la forma deseada, porque había sido  Hwyfar la peticionaria de la cita.

Me resultó fácil convencerla para que quedásemos en un hotel. Las citas en hoteles me traen muy buenos recuerdos de vibrantes encuentros lascivos e incluso de inicios de romances. Reservamos habitación y acordamos que el que llegase primero subiría para esperar al otro. Sin embargo cuando entré en el vestíbulo del recinto, habiéndome retrasado un poco respecto a la hora prevista, en un primer vistazo sobre aquel espació, pude ver a Hwyfar sentada en un sofá. Ella, durante unos largos segundos, no se dio cuenta de mi presencia.

Hwyfar me pareció alta. Yo sabía que lo era pero seguramente mi imaginación se había obstinado en empequeñecerla por lo menos diez centímetros y la realidad desmentía sus pretensiones minimizadoras. Ahí estaba, con su pelo lacio y oscuro, teñido de matices violáceos, las gafas rectangulares que teatralizaban a una eficiente ejecutiva y con aquellos pómulos y barbilla marcados que tanto me habían gustado en sus fotos. Los labios, sí, estaban hechos para ser besados. Llevaba puesta una falda azul bastante corta y una camisa blanca escotada en pico que dejaba ver una telaraña de collares negros sobre la piel de su pecho.

Fui hacia ella y enseguida me vio, levantándose. Estaba seria y algo nerviosa, sólo se dejó besar en las mejillas. Subimos hacia la habitación con el ascensor, ella ya había recogido la tarjeta e hizo lo posible para que el recepcionista no nos viera ascender juntos, pero no lo consiguió. Mientras el ascensor llegaba a la cuarta planta ambos estuvimos callados. Yo miraba a Hwyfar a los ojos pero mi amiga los desviaba con una cierta incomodidad y una sonrisa forzada. En otro tiempo yo habría padecido por aquella situación pero ahora la gozaba plenamente. Acaricié los pómulos de Hwyfar por primera vez y paseé un dedo suavemente por sus labios mientras ella se mantenía pasiva.

- No sé si podré - me dijo Hwyfar cuando entrábamos en la habitación 404

No le contesté pero mi pensamiento fue: “¡Sobradamente, querida Hwyfar, sobradamente!”

Ya dentro, Hwyfar se situó en el espacio entre la cama y el ventanal, mirando hacia el exterior. La ventana estaba completamente abierta pero el hotel se encontraba muy alejado de otras edificaciones y no podíamos ser observados a través de ella. Me planté frente a Hwyfar y le acaricié la cara con detenimiento. Busqué sus labios pero sólo con una cierta desgana se acoplaron a los míos, aunque mostrando un tremendo potencial lascivo. La empecé a desnudar poco a poco, primero la falda y los zapatos y, cuando quedó despojada, recorrí sus muslos y sus piernas envolviéndolos entre mis manos y depositando besos sobre ellos. Varias veces lo hice y aunque me acercaba a su sexo no quise tocarlo. Llegó ya a mi  sin embargo el dulce aroma de hembra encelada, que empapaba el aire a pesar de la dura batalla que se libraba en la mente de Hwyfar. “El animal que eres poco entiende de tus objeciones y prejuicios, mi deseada”, pensé entonces.

Continué, quitándole a Hwyfar la camisa, desabrochada lentamente botón a botón. Luego dudé sobre qué hacer con los sujetadores, ¿iban a ir también fuera?. Hice algo que siempre me ha gustado, le bajé las copas, dejándolas por debajo de sus tetas, desde aquel momento exhibidas. Tenía duros los pezones, que deseaban contacto. Mis dedos bailaron con ágil diversión alrededor  de aquellos deliciosos y encabritados botones. Un primer y débil “¡ay!” escapó de su boca entonces. Chupé, ante la inequívoca señal que me impelía a avanzar, uno de los mugrones de Hwyfar con cierta fuerza y ella respondió con un latigazo de todo su cuerpo y lanzándome por primera vez un brazo sobre el hombro. También sus ojos buscaron los míos por un instante, expresando una interrogación- ¿cómo es posible que esto ocurra? - y un deseo de entrega aun impedido.

Publicado el jueves, febrero 26, 2015 por El Barquero

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En varias ocasiones estuve a punto de romper mi compromiso con Veranika para ir a visitarla a su hotel. En las conversaciones que tuvimos por teléfono y por whatsapp después de nuestro encuentro en Starbucks, la rusa dejó claras dos cosas: la primera fue que el encuentro iba a ser de naturaleza sexual, no se trataba de una visita de cortesía amical ni nada semejante. La segunda consistía en que no estaba dispuesta a darme detalle alguno respecto a cómo iba a discurrir la cita. Repetidamente le pregunté si estaba sola y repetidamente me contestó que "si tienes ganas de follarme, ven y no preguntes". Y bueno, era cierto que me apetecía mucho estar con la joven matemática. Como ya expliqué antes, a pesar de su discreta aparición en Starbucks, no se me escapaba que  Veranika era una mujer de bandera, de aquellas a las cuales el acceso es muy difícil para los varones ordinarios, salvo que sea con la tarjeta visa en mano comprando sexo mercenario. Se trataba de una oportunidad si no única por lo menos de difícil repetición, de manera que al final acabé aceptando el riesgo que suponía la cita y acudí al Hotel Inglés, donde me dijo que se hospedaba, a las cinco de la tarde del día siguiente.

Me presenté al recepcionista como invitado de la señora Veranika Uliánov y éste hizo de inmediato una llamada a la habitación que ocupaba la rusa. Después, me indicó, tras preguntarme mi nombre y apellidos, que subiera a la planta quince, que era el ático del hotel. 

  • ¿A qué habitación, por favor?
  • En el ático sólo hay una habitación, señor.

Subí pues hasta el ático y mi primera sorpresa, al abrirse las puertas del ascensor, fue encontrarme con un gorila humano de casi dos metros que, a pesar de llevar puesta una sonrisa de lado a lado, no dejaba de ejercer un efecto bastante intimidatorio. En el mismo vestíbulo de la habitación el guardaespaldas me cacheó y, con un cierto susto por mi parte, se quedó con mi móvil. Luego me hizo pasar por una de las tres puertas del vestíbulo y el marchó por la otra.

El espacio al que accedí era circular y muy amplio. Unos estrechos y alargados pilares, a guisa casi de paredes, se distribuían a  lo largo de la circunferencia exterior de la sala, creando entre ellos diferentes espacios, cada uno destinado a una función determinada. Tras los pilares y alejados varios metros de ellos, unas grandes cristaleras, formando un mosaico de rectángulos de diferentes dimensiones, permitían contemplar la ciudad, la mayoría de cuyos edificios quedaban por debajo. 

No fueron sin embargo las características del ático las que llamaron más vivamente mi atención, sino el intensísimo aroma a sexo que se olía en el lugar, que me golpeó justo al entrar. Enseguida observé que entre dos de los pilares, un poco a la derecha de mi lugar de acceso, se encontraba Veranika, completamente desnuda y bien empalada en la verga de su amante, descansando ambos en un sillón de cuero negro. La escena parecía haber sido preparada para recibirme y aunque me excitaba aquella situación por otro lado sentía mucho miedo y hubiera querido retroceder tras mis pasos. Pero algo me decía que aquello no iba a ser posible. Me acerqué dubitativo hacia la pareja de copuladores...

Veranika lucía como un animal bellísimo y potente y, tal como ya había supuesto, su vestimenta del día anterior no hacía sino ocultar el terrible encanto que poseía. Aparecía frente a mi de cuerpo entero, sentada sobre su follador y penetrada por éste, abierta de piernas como en una filmación pornográfica y dejando ver muy bien como el miembro grueso y erecto de aquel corpulento hombre entraba en su vagina. Las piernas y brazos de Veranika se veían estilizados y fuertes, sus manos eran grandes- el día anterior no me había llegado a percibir del detalle -y las tetas, voluminosas pero sin llegar al exceso, aparecían coronadas por unos pezones muy alargados y reciamente encabritados. La cola de caballo de Starbucks había desaparecido y su melena rubia caía como una catarata, despeinada por los ímpetus de las acometidas, en parte sobre su cara.

Respecto del hombre que la poseía, que supuse sería el mafioso del que me había hablado, su edad sería de cerca de cuarenta años, llegaba casi a tener el mismo tamaño del gorila que me había recibido y se le veía fuerte, con brazos y piernas muy poderosos. La musculatura, sin embargo, parecía torneada más en barrios peligrosos, cárceles y campos de batalla que en el gimnasio. Su rostro era duro, muy duro, como escultura cincelada a hachazos, con unos ojos azules que quemaban al mirar. Iba rapado al cero, supongo que para encubrir una calva importante. Aunque Veranika no tenía nada de pequeña, encima de aquella bestia parecía una muñeca.

Desde el momento en que me vio entrar una sonrisa entre cariñosa y maligna apareció en el rostro de la estudiante. Observé como una mano suya iba hacia los cojones del mafioso, cogiéndolos y estimulando al primate para que la acometiera con más fuerza. Cuando ya me encontraba cerca de la pareja, Veranika se corrió berreando y sin dejar de mirarme.

El impulso sexual y el de huida competían en mi psique bravamente. Mi miedo pudo más en aquel momento.

  • Veranika, con todos los respetos y con vuestro permiso, me gustaría marcharme.

La rusa contestó a mi petición con una risa tonta de niña traviesa.

  • Ahora ya no puedes, bobo, has de follar conmigo... ¿Verdad Nicolái?

El gigante me sonrió abriendo los brazos con una expresión que parecía indicar algo algó como "Si ella lo dice..."

  • Desnúdate querido... ¿no te pongo?
  • Veranika, yo así... soy incapaz...
  • ¡Pero qué cobardón! ¡Ay, menos mal que lo había previsto!¡Andrei, Andrei! 

Ante la sonora llamada de Veranika, apareció pronto en la sala el guardaespaldas que me había recibido. Observé con espanto que esgrimía una jeringuilla con su correspondiente aguja hipodérmica. Mientras yo ya me daba casi por muerto, de repente Veranika me habló en francés:

  • Ne ayez pas peur mon cher ami. Si je voulais être avec vous était nécessaire de recourir à une astuce. Depuis Nicolai est un peu sadique, cette proposition lui semblait intéressante. Mais je lui ai dit que je l'ai fait pour revenir à une impertinence que vous avez dit. Tranquillité et profiter, mon ami.

"No tengas miedo mi querido amigo. Si quería estar contigo era preciso recurrir a algún truco. Dado que Nicolai es un poco sádico, esta propuesta le pareció interesante. Pero yo le he contado que lo hacía para vengarme de una impertinencia que me dijiste. Tranquilidad y a gozar, mi amigo". 
Eso me acababa de decir Veranika. Era evidente que el ruso no entendía ni una palabra de francés, porque puso cara de gran extrañeza ante la parrafada de Veranika (¿cómo había sabido ella que yo hablaba francés?). Ésta se apresuró a justificarla ante Nicolai:
 
  • ¡Marquis de Sade, "Jatil"! ("Jatil", algo así sonaba, lo que le dijo al final, luego supe que significaba "Querido")

Las parrafadas y explicaciones tenían lugar con el gorila ya a mi lado, con la aguja preparada. Veranika gozaba de la situación. Nicolai no era allí el único sádico. 

  • ¿Piensas que te voy a matar pequeñín? ¡Qué va, de poco me servirías entonces! ¡Quizás al final! De momento un poco de prostaglandina nos servirá... Estarás bien empalmado por mucho miedo que tengas. ¡Desnúdate ya!
(Continuará)

Publicado el lunes, enero 05, 2015 por El Barquero

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Conocí a Veranika tomando café en un Starbucks. Me gustan las cafeterías Starbucks... y no tanto por el sabor de su café o por la sempiterna sonrisa de las personas que atienden al público, sino por la fauna urbana que por ellas pulula y discurre. He llegado a ver en tal sitio personajes y grupos de ellos que, hasta que no los tuve a escasa distancia, pensé que eran productos meramente literarios o cinematográficos. Eso sí, los habitantes de Starbucks suelen poseer un cierto refinamiento y, si buscamos criaturas que, aunque poco habituales, sean de tipo basto o cercano a lo cutre, deberemos explorar en otros lugares.

Veranika parecía, el día que la conocí, una modosa y aplicada estudiante de Erasmus. Sentada frente a una de las mesas redondas tomaba un café, mientras buscaba información de manera un tanto apresurada en una tablet. Era una mujer alta, de formas felinas, suaves pero al tiempo notoriamente plenas de energía, con una larga melena rubia que en aquel momento llevaba recogida en cola de caballo. Vestía con simplicidad: pantalones vaqueros, zapatillas de lona rojas y un jersey granate de cuello redondeado y sin escote, muy ajustado sin embargo al cuerpo, que ceñía y exhibía el contorno potente de sus pechos. Ninguna joya o pendiente la adornaban y sólo unas gafas de montura negra, algo exageradas en su tamaño, ponían un cristal entre sus ojos verde gatuno y el mundo. Los rasgos de su rostro eran muy marcados pero distantes de cualquier aspereza. En conjunto quedaba muy discreta, hasta tal punto que alguien que con otras vestimentas y presentación podría haber quizás destacado como una belleza espectacular, se mimetizaba perfectamente en una clienta más de la cafetería.

Las búsquedas de Veranika parecían no tener demasiado éxito y, seguramente algo desesperada por lo estéril de sus intentos, se quedó durante unos momentos con la vista deambulando, algo perdida entre el espacio de la cafetería y el exterior del local, que franqueaban las cristaleras. Luego sus ojos se posaron en los míos, puesto que yo la estaba contemplando desde mi cercano asiento. Mantuve el pulso visual sin demasiado esfuerzo, aunque también sin demasiadas expectativas, todo hay que decirlo. Pero Veranika resopló mirándome y con toda la naturalidad del mundo, como si fuéramos dos estudiantes que se conocen y que comentan en la biblioteca, me dijo en un castellano con fuerte acento ruso pero muy comprensible:

  • ¡No encuentro lo que busco! ¿Me podría ayudar? (Seguramente me había visto pinta de profesor amabilísmo y por eso recurría a mi sin más. Luego supe que Veranika era particularmente diestra para hacerse una rápida idea de cómo eran las personas)

Resultó que lo que Veranika quería encontrar era un determinado fragmento de código que le permitiese modificar según sus deseos la plantilla de un blog de matemáticas que ella gestionaba. Por casualidad yo había tenido un problema semejante durante semanas y, finalmente, había podido resolverlo. Pero no se trataba de nada simple y de ahí las dificultades que había tenido Veranika. Pude pues con relativa rapidez despejar las dudas de la rusa.

  • ¡Sabe usted de programación! ¡Lo veo!
  • Algunos conocimientos tengo, algunos... (Aquí estuve tentado de decirle a Veranika por qué había podido ayudarla realmente, pero preferí dejarlo en que yo disponía de "algunos conocimientos")

Entablamos conversación, convencido yo de que tenía frente a mi a una estudiante rusa y así era, pero...

  • Me resultaría muy aburrido hacer sólo de estudiante,- dijo en un momento dado mi nueva conocida -necesito más... ¿Cómo se dice? Movimiento... movimiento y... pasión, en mi vida.

Ante mi sorpresa, la joven rusa me relató que cuando se estaba licenciando en matemáticas, había empezado a ejercer la prostitución. No lo hacía por necesidad económica, ya que su familian disponía de bastantes recursos, sino por placer, en una búsqueda simultánea de excitación sexual y de peligro. Todo empezó con una puesta en una noche de parranda estudiantil. Un compañero de Veranika, de lengua bastante afilada, la emplazó a que no era capaz de "hacer la calle" en presencia de todo el grupo. En realidad el muchacho no estaba yendo muy lejos y todos lo sabían, porque en Moscú se había convertido en práctica habitual de algunos burgueses excéntricos el hacerse pasar por mendigos o prostitutas. Pero Veranika dejó a todos pasmados ya que no sólo se hizo pasar por puta, sino que acabó cerrando trato con unos clientes y marchando en su vehículo. Al día siguiente, Veranika reapareció, obsequiando al grupo con una filmación casi completa de la actividad realizada con los dos hombres que le pagaron. Estimulada por la primera experiencia, continuó ejerciendo de falsa-verdadera meretriz. Para ello escogía lugares y clientes de riesgo de forma que cualquier encuentro debía resolverse con una alta dosis de habilidad y valentía si no deseaba salir seriamente perjudicada.

  • Pero mi padre- rió Veranika -me enseñó desde pequeña artes marciales y como montar y disparar el AK-47 y la pistola TT-33. Y yo tengo gran intuición para anticipar qué hará la gente y qué quiere...

Aunque algo sabía yo del Kaláshnikov,  desconocía todo lo referente a la TT-33 y ante mi cara de ignorancia, Veranika me explicó que la pistola TT-33 fue diseñada por Fiódor Tókarev y que por ello fue batiuzada en parte con el apellido de éste, llamándose Tula Tókarev. Las versiones chinas más actuales tenían importantes prestaciones balísticas: sus proyectiles podían perforar un casco de soldado de parte a parte, atravesar una capa de agua de 120 mm de espesor conservando energía para impactar, entrar en la arena a una profundidad 35 centímetros, perforar un tronco de pino de 15 centímetros o atravesar un oso grande, también de parte a parte y... darle muerte. Los chalecos ligeros antibalas tampoco representaban problemas para la TT-33.

  • Una pistola maravillosa- sentenció la rusa - ¿Sabe qué? -dijo bajando la voz. 
  • ¿Qué?
  • ¡Que tuve a un cabrón follándome mientras yo le apuntaba a la cabeza con la Tókarev!
  • ¿Qué?
  • Sí, sí... ¡intentó violentarme! Y luego yo le obligué a que me penetrara... ¡con el cañón en le cráneo!.

La inocente estudiante de Erasmus había desaparecido. Ante mi, cara a cara, unos ojos verdes de depredadora, taladraban los míos con cierta malignidad. Por primera vez tuve sensación de peligro frente a aquella mujer. Ella lo notó al instante y esto pareció agradarle. Continuó relatándome su historia, explicando que, casi al final de sus estudios, había conocido a un mafioso que realizaba inversiones inmobiliarias en España y se había convertido en amante suya. Ahora vivía con él y esto le servía para ir introduciéndose en diversos negocios.

  • Aunque me siguen gustando más las matemáticas que los negocios. Ahora yo y dos compañeros estamos trabajando en la resolución de uno de los problemas del milenio: la hipótesis de Riemann. Es una conjetura formulada en 1859 que guarda relación con la distribución de los números primos en el conjunto de los números naturales. ¿Sabe de qué le estoy hablando?
  • Más o menos... ¿Siguen dando el premio de un millón de dólares a quien resuelva alguna de los seis problemas que quedan?
  • Lo siguen dando y... ¡nosotros no haremos como Grigori Perelmán, que renunció al dinero tras demostrar la hipótesis de Poincaré, nosotros cobraremos el millón!

A pesar de la amabilidad y locuacidad de Veranika, el desasosiego se había apoderado ya de mi y quería marchar. Pero la depredadora me consideraba ya una presa suya...

  • ¿Se va a marchar sin intentar seducirme?
  • ¿Qué posibilidades tendría de hacerlo?
  • Depende... de lo que me pueda ofrecer... ¿Vendría a visitarme mañana al hotel?
  • ¿Y cómo sabes que te voy a dar lo que deseas?
  • ¡Déjelo de mi cuenta, usted simplemente acuda!

El  magnetismo de Veranika era excesivo para que me intentara resistir a sus efectos  y llanamente cedí a su proposición.


(Continuará)


Publicado el domingo, enero 04, 2015 por El Barquero

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