Tras su confesión conmigo en la iglesia, Rosa se comprometió a cumplir las penitencias que le impuse. A principios de la semana siguiente me llamó para explicarme, con su torbellino verbal de siempre, cómo le había ido con Anselmo. El resultado, me dijo, fue ambiguo. Porque su novio, como era previsible, quedó espantado al conocer las andanzas de Rosa, que por otra parte no se privó de descripciones en mi opinión bastante más detalladas de lo necesario. Era evidente que mi joven tutelada continuaba torturando a su ingenuo novio, aunque ahora lo hiciese siguiendo mis preceptos. Anselmo se exaltó ante los vivos cuadros pintados por Rosa y en su imaginario le crecieron unos cuernos gigantescos con los que habría deseado asaetearla. Lloró y pataleó como un niño y al final acabó follándosela violentamente, ametrallándola con su verga y consiguiendo, sin saberlo y por vez primera desde que estaba con ella, lo que mi protegida denominaba "los tambores del sexo bien hecho", es decir, un flop-flop-flop de polla en coño bien encharcado y un clap-clap-clap de sus cojones golpeando el sexo encendido de Rosa. Ella, aficionada a ponerle nombres expresivos sus sensaciones, me dijo que había tenido "una carrera de corridas" tan larga que había acabado con el sexo y el vientre doloridos. 

Pero tras descargar entre gemidos de gusto, rabia y pena, Anselmo descabalgó rápido de Rosa y le dijo que lo suyo había acabado, que era una mala puta y mujer poco de fiar con la que ya no quería tener trato alguno. Rosa, que a pesar de su sadismo con Anselmo, estaba a su manera enamorada de él, se apenó mucho ante la reacción final de éste y acabó rematando su "carrera de corridas" con un tremendo, sentido y largo llanto de magdalena.

- Bueno- le dije a mi discípula -por lo menos ya no hay mentiras por el medio. ¡Ya veremos que hace al final tu Anselmo! Lo que me has contado ha sido sólo la reacción primera. Y tu te has descargado de una parte de culpa y de pesares...
- Pero me queda una parte de penitencia -añadió con prontitud diligente Rosa
- No la olvido. ¿Cuándo y cómo va a tener lugar?

Rosa demostró haberse preocupado bastante por el asunto. Según ella convencer al gitano José de que follase a la vista de otro, siempre que ese otro no fuese su propio hermano, era muy difícil. Pero Rosa tenía la solución: el armario de su dormitorio, el de la propia Rosa, había pertenecido a un ilusionista que se lo hizo fabricar expresamente para un número de su espectáculo. Como las representaciones tuvieron mucho éxito y el mago fue contratado para una gira mundial, quiso una versión mejor del armario y puso el antiguo a la venta, que Rosa compró en una subasta de internet. El artilugio, en suma, aparentaba ser una armario acristalado y lo era, pero de tal forma que alguien ubicado en su interior podía ver hacia fuera, mientras que a la inversa sólo se contemplaba un espejo. Dentro cabía perfectamente una persona sentada y hasta dos y tenía cerraduras interiores para evitar que por algún "accidente" alguien abriese desde fuera y de manera inoportuna el armario. Rosa, aunque había estado ya varias veces en su habitación con José, en ningún momento le había contado a éste las peculiares características del mueble y el gitano disfrutaba de lo lindo haciendo sus proezas frente a los espejos.

No fue éste el único problema, ya que Jose no acostumbraba a ir a sus excursiones amorosas acompañado de Genaro. Su presencia en la casa de ambos hermanos era admitida por José pero cuestión bien distinta era desplazarlo fuera para que hiciese de mirón. Pero Rosa insistió y hasta dio a entender a José que sin Genaro no habría polvo. Puesto que el calé disfrutaba como un loco con Rosa, la perspectiva de perderse sus intensas sesiones sexuales con ella le hicieron ceder y accedió a llevar consigo al hermano.

- Ya ves que me he tomado interés en mi penitencia, padre. ¿Te viene bien que cite a los hermanos el martes a las siete de la tarde?

Quedé de acuerdo con Rosa para llegar a su casa una hora antes que José y Genaro. Resultaba evidente que para Rosa aquella parte de la penitencia no iba a ser tal, sino un anticipo del cielo. Me recibió como un pequeño tornado y me llevó a su habitación, que había dispuesto adecuadamente para la ocasión, colocando los muebles de tal forma que le permitiesen las escenificaciones que su fantasía había previsto. De eso me informaría ella misma posteriormente, aunque en aquel momento no me dijo nada al respecto. Rosa llevaba una falda blanca plisada muy corta y unos sujetadores rojos cuya función deduje que era puramente estética porque la joven era exageradamente plana, si bien las transparencias dejaban ver unos pezones que luego se manifestarían como muy poderosos. Así se había presentado ante mi, sin ningún pudor y aparentando total indiferencia hacia su tutor, como si fuera yo un mero observador insensible a sus posibles encantos. Sin embargo los ojos verdes lanzaban cañozos de nerviosismo, picardía y lascivia. Se puso al cuello una gran cruz de oro con gruesa cadena del mismo metal. Me dijo que era un regalo del gitano, al cual le gustaba mucho que la llevara cuando follaban. Se recogió también el pelo hacia arriba, anudándolo con una cinta roja y, finalmente, después de pensárselo un poco,se quitó el sujetador y pintó sus pequeñas aureolas y sus pezones rotundos de un rojo oscuro. Ya de esta manera arreglada, Rosa me enseñó el lugar que yo iba a ocupar en el falso armario, el cual efectivamente había sido pensado para comodidad de sus ocupantes: uno podía sentarse dentro sobre un asiento tapizado que era una de las baldas del mueble. Porque el artilugio, aunque estaba trucado, podía ser utilizado realmente como armario y me pregunté por qué razón lo había construido así el ilusionista. Me ubiqué dentro  y Rosa me enseñó como debía encerrarme, algo que era preciso hiciera por lógica precaución. La visión desde dentro era panorámica y perfecta. Entre unas cosas y otras se habían hecho casi las siete y sonó el timbre.

Acudían bastante puntuales, los dos gitanos. José llevaba a su hermano Genaro colgado a la espalda y traían la silla de ruedas plegada. Ambos hermanos eran muy parecidos de cara y de tipo, aunque las enfermedades de Genaro lo hubiesen afeado. José tenía trazas de bailarín, medianamente alto y estilizado, con una cara de rasgos muy marcados y nariz aguileña, llevaba el pelo lacio bastante largo. Y casi igual habría sido Genaro de no ser porque su postración forzada le había hecho engordar un poco más y poner barriga y porque su piel se hallaba bastante fustigada por las pústulas y el eccema. Una vez ambos entraron en la habitación, José depositó a Genaro sobre la cama, desplegó la silla y finalmente lo sentó en ella. Genaro iba en esta ocasión impecablemete vestido con un traje gris y camisa blanca, contrastando con la informalidad de su hermano que llevaba vaqueros y una camiseta negra con un dibujo heavy estampado. Me pregunté cómo haría para pajearse.

- ¡Qué puta que eres niña, como me pones! -le soltó José a Rosa, enseñándole el evidente bulto debajo de la bragueta de sus vaqueros.
- ¡Así me follas mejor, gitanito! -le contestó Rosa
- ¡Bailad un poco, que yo pongo la música! -dijo entonces Genaro.

El asunto se pone interesante, pensé. Así era, sin duda, porque José empezó a moverse con gran estilo por el centro de la habitación, que era relativamente grande para ser un dormitorio, mientras la semidesnuda Rosa hizo lo propio sin desmerecer mucho. Para mi sorpresa cantó entonces el gitano Genaro, a capela, y con tono y voz de cantaor profesional:

Bailas niña con mi hermano, 
desnuda y contigo llevando,
una cruz de oro entre los pechos,
y una cinta roja en el pelo.

Dale, dale , hermanito fuerte,
a esta paya que quiere,
el amor de un gitano,
su bastón duro y su simiente.

Haz que gima de placer, gitano,
que grite, llore y suplique,
esta niña desnuda que lleva,
en el pecho la cruz que le diste.

Mi asombro no tenía límites, porque las improvisadas estrofas, cantadas a ritmo lento de flamenco y acompañadas de palmas duraron por lo menos diez minutos, durante los cuales José y Rosa no dejaron de bailar. Ambos se fueron arrimando cada vez más, rozándose y aumentado el contacto. Entonces pude ya comprobar que Rosa tenía unos pezones gruesos y largos que el baile con el calé había vuelto ya pétreos. Pero ya durante la última estrofa José se fue desnudando, mientras que Rosa se iba acercando al espejo tras del cual me encontraba yo. José tenía una verga recia y muy larga, que ya estaba por completo empalmada. Rosa cayó de rodillas frente a José, casi como una continuación del baile y mientras con la mano derecha  sujetaba con fuerza su falo por la base, se lo empezó a chupar. Todo esto ocurría a tan solo una distancia de unos cincuenta centímetros del cristal. Tanto José como Rosa se miraban en el espejo, pero mientras que el gitano lo hacía para disfrutar de si mismo y de su propia potencia, Rosa me miraba a mi de manera descarada. Sus ojos verdes chorreaban lujuria de miles de voltios y picardía sin cuento pero también solicitaban aprobación: ¿Te gusta cómo lo hago, está bien así?

Despejando mis dudas iniciales, Genaro se había desabrochado la cremallera de los pantalones para permitir que emergiera su verga, de dimensiones incluso mayores que la de José, tanto en longitud como en grosor. El inválido se acercó a la pareja en su silla de ruedas y su polla pronto rozó casi el rostro de Rosa. Para fortuna de mi tutelada, el miembro del gitano no parecía estar afectado como otras partes de su piel. Aun así me pareció una imprudencia que Rosa también comiera aquel falo con una cierta gulosidad, mientras su pequeña mano no cesaba de ascender y de descender con ligereza apretando la tensísima polla de José que, adoptando una pose escultórica, no dejaba de mirarse al espejo.

- Poneos los dos condón, que hoy me follaréis uno por cada agujero -les espetó entonces Rosa.
- ¡Siempre con el condón, joder! -contestó José molesto
- ¡Ve a buscarlos que hoy también mojo yo hermanito, no te quejes! -le ordenó Genaro

(Continuará)