José fue a por un paquete de preservativos que sabía estaba en uno de los cajones de Rosa. El enfado hizo que se le bajase un poco la tremenda empalmada pero regresó raudo donde le esperaba la joven. Rosa, con dos meneos a la verga del gitano, hizo que ésta recuperase toda su fuerza.

- ¡Te voy a pedir una proeza! 

Le soltó Rosa al bailaor cuando le tuvo de nuevo a punto, mientras teatralmente abría sus piernas y extendía los brazos formando una aspa y se contorsionaba como un monigote de izquierda a derecha. Su actuación era del todo intencionada, porque sabía que el artista se encendía ante poses como aquéllas.

- ¿Y qué proeza será la que no pueda yo hacer contigo, miarma?
- ¿Me darías por culo de pie?
- ¡Uy, uy, uy! ¿Y no decías que yo también te la iba a meter? -protestó desde su silla Genaro.
- ¡Y me la meterás gitano, me la meterás! Pero primero quiero que tu hermanito me haga una demostración.
- ¡Venga, venga, venga! ¡Qué ya me han entrao ganitas!
- ¡Pues trae también el lubricante!
- ¡Mucho viaje, niña, mucho viaje!

A pesar de sus quejas José fue rápido a por el frasco de gel, una botella cilíndrica tipo espray de vivos colores. Rosa enfundó luego el condón a su excitado amante, le untó la polla de gel y se puso a ella misma una buena cantidad en el agujero del culo.

El ejercicio exigido por Rosa no está ciertamente en las manos (o en la verga) de cualquiera el ejecutarlo. Requiere fuerza, equilibrio y potencia a prueba de bomba. También acertar en el lugar buscado. Sin embargo, José era fuerte, ágil y cañonero, Rosa pequeña y relativamente ligera y ambos andaban ya más que calientes. Antes de que la cogiera, la joven caminó hasta ponerse a un sólo paso del armario trucado. José la levantó por los dos muslos, hasta alzarla a la altura de su falo erecto. Ella ayudó luego, asiéndole la polla por detrás de su propia espalda y dirigiéndola hacia el culo. Cuando el glande de José se hubo abierto paso en el agujero que buscaba, Rosa se poyó con los dos brazos en el armario.

- ¡Dame ya, cabrón, pero piensa que la tienes muy larga!

El gitano inició entonces un auténtico baile de pelvis, acompañado de la música de gritos de Rosa. La joven, situada justo enfrente de mi, me seguía mirando fijamente, taladrándome de verde. Sus gestos eran tan pronto de dolor, crispando músculos en el rostro, como de placer espasmódico, y entonces la boca le quedaba un poco abierta y los párpados caían. Entrada a entrada y giro a giro, el goce fue sin embargo ganando terreno, sexo y vientre se contrían a menudo y enviaban ráfagas de placer que le recorrían la columna hasta estallarle en la cabeza. Por lo menos esto es lo que yo interpretaba y sentía de los movimientos de Rosa.

- ¡Más adentro, gitano, más adentro!

Observé que el miembro de José ya había penetrado casi por entero en el culo de Rosa, que daba unos berridos de animal.

Mientras tanto Genaro, desesperado por no poder participar en los lances lujuriosos, había descendido como una sierpe de su silla de ruedas y llegado arrastrándose hasta donde estaban los dos copuladores. Bajo ellos estaba, con la verga enhiesta y pelándosela con vehemencia, aun vestido con su traje gris pero con los pantalones ya medio bajados.

Rosa quitó sus brazos del armario y se contorsionó pasando uno de ellos por detrás del cuello del gitano, mientras que la mano del otro fue a masturbar su clítoris. Al poco de toqueteárselo- pude verlo, grande e hinchado - reventó como una bruta entre más berreos y al hacerlo chorreó flujo blanquecino repetidamente, manchando el suelo, el rostro y cuerpo de Genaro y el mismo cristal detrás del cual yo observaba. Entonces me di cuenta de como la taimada, sabedora de sus propias reacciones corporales, había decidido ofrecerme tal espectáculo aunque Genaro, sin saberlo, lo había mejorado. Se estaba ganando el perdón, sin duda.

- ¡Se ha corrido y todo la hija de puta! ¡Lo que puede hacer! -dijo el hermano de José limpiándose la cara con la manga de su traje.

- ¡Baja que me lo clavo! -ordenó con una voz casi gutural y aun estremeciéndose, Rosa a José. Éste dudó, porque al principio no entendía lo que le decía su amante.

- ¡Qué bajes sin salir, digo, para que me pueda meter la polla de tu hermano en el coño!

El bailador, demostrando una vez más su fuerza y control, flexionó primero las piernas manteniendo en vilo a Rosa y luego se arrodilló entre las piernas de Genaro. Rosa lo fue guiando y, efectivamente, el descenso acabó con el miembro de Genaro, ya enfundado en su condón desde el principio, dentro de la vagina de Rosa. La mecánica de la follada que entonces se desarrolló continuó siguiendo algo complicada porque Genaro, a pesar de mantener su virilidad intacta, no podía mover las caderas y Rosa, a su vez, no estaba libre para subir y bajar a su antojo. Tuvo que ser pues su enculador el que efectuase los movimientos de entrada y salida dirigido por Rosa, cuya exaltación y desespero por tener orgasmos repetidos actuó de acicate para encauzar laas habilidades de José.

Ya con los dos falos dentro, Rosa se convirtió en un verdadero súcubo, totalmente fuera de si y disparando un orgasmo tras otro. Genaro se corrió enseguida, entre gritos de ¡Niña, niña, niña!, pero su polla continuó dentro de la mujer ejerciendo su función. Aunque mi discípulo tenía ahora que girarse para ver el espejo, por la posición que los tres habían adoptado, lo hacía de vez en vez, siempre entre retadora y suplicante. Al final, José dio una serie de embestidas muy fuertes, durante las cuales Rosa volvió a gritar de dolor y él se corrió mientras le mordía el cuello a la joven. Genaro volvió también a repetir descarga. Finalmente José la dejó, quedando ella de rodillas en medio de los dos hombres, ambos de espaldas en el suelo. Rosa se continuó masturbando, ahora sin apartar ya la vista de mis ojos y teniendo orgasmos muy suaves que parecía dedicarme.