Foto: El fotógrafo François Benveniste y la modelo Zellie




La joven Rosa despachó muy rápido a los dos gitanos tras haberse complacido con ambos. Con la excusa de que iba a recibir una visita de su madre estuvieron pronto fuera, aunque hubiera promesas de rápidos reencuentros. Ya sin los hermanos en la casa, Rosa me indicó que podía abrir la puerta del falso armario, cosa que hice complacido, porque a pesar de que el espectáculo había valido la pena y me hizo olvidar incomodidades ya me empezaba a encontrar entumecido.

- ¿Quieres tomar algo? -me preguntó mi tutelada, aun desnuda por completo.
- Se agradecerá un café...

Ella marchó en dirección a la cocina y luego me hizo saber que ya había puesto la cafetera al fuego.

- Estate atento, porfa. ¡Que me voy a duchar!

Me serví el café y estuve esperando sentado en una pequeña mesa de la cocina. Rosa volvió a salir completamente desnuda, aunque ahora ya no llevaba ni la cinta en el pelo, ni la cruz de oro, ni los pezones pintados.

- ¡Buf, vamos a la habitación, que estoy hecha polvo! ¡Trae el café si quieres!

Entramos de nuevo en su habitación y ella se lanzó sobre la cama estirándose.

- ¡Me ha machacado el culo el José éste! -dijo entre risas- Creo que me va a doler una semana. La verdad es que cuando me caliento me embalo mucho y luego... ¡Pero ha valido la pena!

Luego se me quedó mirando con su picardía típica.

- ¡Venga hombre! no te quedes ahí sentado. ¡Ponte cómodo y ven a la camita! No te voy a violar, ya ando bien servida...

Algo reticente me despojé de mis ropas, tumbándome al lado de Rosa. Con ella desnuda al lado y después de todo lo visto, yo también andaba bien empalmado.

- ¡Vaya, vaya! ¡Se te sigue poniendo contenta por lo que veo! ¡Va! ¿Qué quieres que te haga?
- Nada, nada, tú descansa de la maratón...

Rosa se apretó contra mi y empezó a masajearme el pene con suavidad y aparente despreocupación pero me apercibí enseguida de que estaba recorriendo todos los vericuetos de mi polla y trazando su mapa. En momentos determinados era su palma la que se encontraba en contacto con mi piel, luego un dedo o varios al tiempo, deslizaba, apretaba, rozaba, hasta me tocaba a veces con el envés de la mano o con las uñas, de manera fluida, sin dudas y gozando ella misma (no había más que ver su cara y su respiración). Su habilidad era extrema y más sorprendente aun en razón de la edad juvenil. Tenía un don natural para el sexo, era una verdadera artista del encuentro de cuerpos.

- Hoy, follando con los gitanos, me he sentido totalmente liberada, te lo juro. Por primera vez he conseguido que me abandonara del todo la sensación de comportarme como una puta, quiero decir, de estar haciendo algo mal. A ver, mis padres me enseñaron la libertad para el sexo pero pensando siempre...
- ¡Qué irías de uno en uno!
- ¡Listo! Sí, exactamente, de uno en uno y durándome tiempo cada novio... Y lo cierto es que a mi un novio me puedo durar y me enemoro... pero casi, casi que me es imposible dejar de follar con más gente...
- ¡Tienes un temperamento bravío para el sexo!
- ¡Ja, ja, ja! Si, bravío como un toro... Y la gente no lo entiende... Bueno, tú sí, contigo he sentido que lo veías bien...
- ¿Por eso me mirabas tan fijamente?
- ¡Uy! ¡Pues quizás! -dijo Rosa, algo extrañada de mi pregunta
- Me alegro de haberte ayudado, Rosa. Creo que a las mujeres os hace mucho daño esa ideología que se mantiene sobre que el follar con muchos hombres es de putas, algo rechazable. Las mujeres tenéis una gran vivacidad sexual, mayor sin duda que la de los hombres, pero la represión os acaba fastidiando y acabáis muchas veces frustradas porque vais contra vuestra naturaleza misma...
- ¡Ahí va, qué parrafada, maestro! ¡Pero creo que tienes razón!

Los sofisticados tocamientos de Rosa habían puesto mi polla más que a punto. Ella, de repente, dio un salto y se puso sobre mi, clavándosela en un pispás. Intenté señalarle que no me había puesto preservativo pero con el dedo índice en la boca y un siseo alargado me impuso silencio.

Foto: El fotógrafo François Benveniste y la modelo Zellie