Cuando vi a Hwyfar en persona por primera vez, sentada en el sofá del hotel, sentí una gran alegría como la de aquél que se reencuentra con una persona muy querida después de un largo tiempo de separación. Pero en realidad yo nunca había visto a Hwyfar cara a cara hasta entonces.

Hwyfar y yo nos conocimos como blogueros, en los espacios virtuales. Transcurrieron a partir de entonces bastantes meses de mero intercambio epistolar, que en sí mismo parecía autosuficiente y en este tiempo sólo nos enviamos algunas fotos. Ni siquiera hablábamos por teléfono ni wasapeábamos. Luego, casi de manera repentina, como una presa que se ha ido llenando poco a poco pero que finalmente rompe y desborda, llegó la petición de ella. Un día sonó el móvil y al descolgarlo oí  por primera vez la voz de la mujer:

- Hola, soy  Hwyfar, quiero encontrarme contigo.

Era lo que yo había pretendido desde el principio y en la forma deseada, porque había sido  Hwyfar la peticionaria de la cita.

Me resultó fácil convencerla para que quedásemos en un hotel. Las citas en hoteles me traen muy buenos recuerdos de vibrantes encuentros lascivos e incluso de inicios de romances. Reservamos habitación y acordamos que el que llegase primero subiría para esperar al otro. Sin embargo cuando entré en el vestíbulo del recinto, habiéndome retrasado un poco respecto a la hora prevista, en un primer vistazo sobre aquel espació, pude ver a Hwyfar sentada en un sofá. Ella, durante unos largos segundos, no se dio cuenta de mi presencia.

Hwyfar me pareció alta. Yo sabía que lo era pero seguramente mi imaginación se había obstinado en empequeñecerla por lo menos diez centímetros y la realidad desmentía sus pretensiones minimizadoras. Ahí estaba, con su pelo lacio y oscuro, teñido de matices violáceos, las gafas rectangulares que teatralizaban a una eficiente ejecutiva y con aquellos pómulos y barbilla marcados que tanto me habían gustado en sus fotos. Los labios, sí, estaban hechos para ser besados. Llevaba puesta una falda azul bastante corta y una camisa blanca escotada en pico que dejaba ver una telaraña de collares negros sobre la piel de su pecho.

Fui hacia ella y enseguida me vio, levantándose. Estaba seria y algo nerviosa, sólo se dejó besar en las mejillas. Subimos hacia la habitación con el ascensor, ella ya había recogido la tarjeta e hizo lo posible para que el recepcionista no nos viera ascender juntos, pero no lo consiguió. Mientras el ascensor llegaba a la cuarta planta ambos estuvimos callados. Yo miraba a Hwyfar a los ojos pero mi amiga los desviaba con una cierta incomodidad y una sonrisa forzada. En otro tiempo yo habría padecido por aquella situación pero ahora la gozaba plenamente. Acaricié los pómulos de Hwyfar por primera vez y paseé un dedo suavemente por sus labios mientras ella se mantenía pasiva.

- No sé si podré - me dijo Hwyfar cuando entrábamos en la habitación 404

No le contesté pero mi pensamiento fue: “¡Sobradamente, querida Hwyfar, sobradamente!”

Ya dentro, Hwyfar se situó en el espacio entre la cama y el ventanal, mirando hacia el exterior. La ventana estaba completamente abierta pero el hotel se encontraba muy alejado de otras edificaciones y no podíamos ser observados a través de ella. Me planté frente a Hwyfar y le acaricié la cara con detenimiento. Busqué sus labios pero sólo con una cierta desgana se acoplaron a los míos, aunque mostrando un tremendo potencial lascivo. La empecé a desnudar poco a poco, primero la falda y los zapatos y, cuando quedó despojada, recorrí sus muslos y sus piernas envolviéndolos entre mis manos y depositando besos sobre ellos. Varias veces lo hice y aunque me acercaba a su sexo no quise tocarlo. Llegó ya a mi  sin embargo el dulce aroma de hembra encelada, que empapaba el aire a pesar de la dura batalla que se libraba en la mente de Hwyfar. “El animal que eres poco entiende de tus objeciones y prejuicios, mi deseada”, pensé entonces.

Continué, quitándole a Hwyfar la camisa, desabrochada lentamente botón a botón. Luego dudé sobre qué hacer con los sujetadores, ¿iban a ir también fuera?. Hice algo que siempre me ha gustado, le bajé las copas, dejándolas por debajo de sus tetas, desde aquel momento exhibidas. Tenía duros los pezones, que deseaban contacto. Mis dedos bailaron con ágil diversión alrededor  de aquellos deliciosos y encabritados botones. Un primer y débil “¡ay!” escapó de su boca entonces. Chupé, ante la inequívoca señal que me impelía a avanzar, uno de los mugrones de Hwyfar con cierta fuerza y ella respondió con un latigazo de todo su cuerpo y lanzándome por primera vez un brazo sobre el hombro. También sus ojos buscaron los míos por un instante, expresando una interrogación- ¿cómo es posible que esto ocurra? - y un deseo de entrega aun impedido.