Conocí a Veranika tomando café en un Starbucks. Me gustan las cafeterías Starbucks... y no tanto por el sabor de su café o por la sempiterna sonrisa de las personas que atienden al público, sino por la fauna urbana que por ellas pulula y discurre. He llegado a ver en tal sitio personajes y grupos de ellos que, hasta que no los tuve a escasa distancia, pensé que eran productos meramente literarios o cinematográficos. Eso sí, los habitantes de Starbucks suelen poseer un cierto refinamiento y, si buscamos criaturas que, aunque poco habituales, sean de tipo basto o cercano a lo cutre, deberemos explorar en otros lugares.

Veranika parecía, el día que la conocí, una modosa y aplicada estudiante de Erasmus. Sentada frente a una de las mesas redondas tomaba un café, mientras buscaba información de manera un tanto apresurada en una tablet. Era una mujer alta, de formas felinas, suaves pero al tiempo notoriamente plenas de energía, con una larga melena rubia que en aquel momento llevaba recogida en cola de caballo. Vestía con simplicidad: pantalones vaqueros, zapatillas de lona rojas y un jersey granate de cuello redondeado y sin escote, muy ajustado sin embargo al cuerpo, que ceñía y exhibía el contorno potente de sus pechos. Ninguna joya o pendiente la adornaban y sólo unas gafas de montura negra, algo exageradas en su tamaño, ponían un cristal entre sus ojos verde gatuno y el mundo. Los rasgos de su rostro eran muy marcados pero distantes de cualquier aspereza. En conjunto quedaba muy discreta, hasta tal punto que alguien que con otras vestimentas y presentación podría haber quizás destacado como una belleza espectacular, se mimetizaba perfectamente en una clienta más de la cafetería.

Las búsquedas de Veranika parecían no tener demasiado éxito y, seguramente algo desesperada por lo estéril de sus intentos, se quedó durante unos momentos con la vista deambulando, algo perdida entre el espacio de la cafetería y el exterior del local, que franqueaban las cristaleras. Luego sus ojos se posaron en los míos, puesto que yo la estaba contemplando desde mi cercano asiento. Mantuve el pulso visual sin demasiado esfuerzo, aunque también sin demasiadas expectativas, todo hay que decirlo. Pero Veranika resopló mirándome y con toda la naturalidad del mundo, como si fuéramos dos estudiantes que se conocen y que comentan en la biblioteca, me dijo en un castellano con fuerte acento ruso pero muy comprensible:

  • ¡No encuentro lo que busco! ¿Me podría ayudar? (Seguramente me había visto pinta de profesor amabilísmo y por eso recurría a mi sin más. Luego supe que Veranika era particularmente diestra para hacerse una rápida idea de cómo eran las personas)

Resultó que lo que Veranika quería encontrar era un determinado fragmento de código que le permitiese modificar según sus deseos la plantilla de un blog de matemáticas que ella gestionaba. Por casualidad yo había tenido un problema semejante durante semanas y, finalmente, había podido resolverlo. Pero no se trataba de nada simple y de ahí las dificultades que había tenido Veranika. Pude pues con relativa rapidez despejar las dudas de la rusa.

  • ¡Sabe usted de programación! ¡Lo veo!
  • Algunos conocimientos tengo, algunos... (Aquí estuve tentado de decirle a Veranika por qué había podido ayudarla realmente, pero preferí dejarlo en que yo disponía de "algunos conocimientos")

Entablamos conversación, convencido yo de que tenía frente a mi a una estudiante rusa y así era, pero...

  • Me resultaría muy aburrido hacer sólo de estudiante,- dijo en un momento dado mi nueva conocida -necesito más... ¿Cómo se dice? Movimiento... movimiento y... pasión, en mi vida.

Ante mi sorpresa, la joven rusa me relató que cuando se estaba licenciando en matemáticas, había empezado a ejercer la prostitución. No lo hacía por necesidad económica, ya que su familian disponía de bastantes recursos, sino por placer, en una búsqueda simultánea de excitación sexual y de peligro. Todo empezó con una puesta en una noche de parranda estudiantil. Un compañero de Veranika, de lengua bastante afilada, la emplazó a que no era capaz de "hacer la calle" en presencia de todo el grupo. En realidad el muchacho no estaba yendo muy lejos y todos lo sabían, porque en Moscú se había convertido en práctica habitual de algunos burgueses excéntricos el hacerse pasar por mendigos o prostitutas. Pero Veranika dejó a todos pasmados ya que no sólo se hizo pasar por puta, sino que acabó cerrando trato con unos clientes y marchando en su vehículo. Al día siguiente, Veranika reapareció, obsequiando al grupo con una filmación casi completa de la actividad realizada con los dos hombres que le pagaron. Estimulada por la primera experiencia, continuó ejerciendo de falsa-verdadera meretriz. Para ello escogía lugares y clientes de riesgo de forma que cualquier encuentro debía resolverse con una alta dosis de habilidad y valentía si no deseaba salir seriamente perjudicada.

  • Pero mi padre- rió Veranika -me enseñó desde pequeña artes marciales y como montar y disparar el AK-47 y la pistola TT-33. Y yo tengo gran intuición para anticipar qué hará la gente y qué quiere...

Aunque algo sabía yo del Kaláshnikov,  desconocía todo lo referente a la TT-33 y ante mi cara de ignorancia, Veranika me explicó que la pistola TT-33 fue diseñada por Fiódor Tókarev y que por ello fue batiuzada en parte con el apellido de éste, llamándose Tula Tókarev. Las versiones chinas más actuales tenían importantes prestaciones balísticas: sus proyectiles podían perforar un casco de soldado de parte a parte, atravesar una capa de agua de 120 mm de espesor conservando energía para impactar, entrar en la arena a una profundidad 35 centímetros, perforar un tronco de pino de 15 centímetros o atravesar un oso grande, también de parte a parte y... darle muerte. Los chalecos ligeros antibalas tampoco representaban problemas para la TT-33.

  • Una pistola maravillosa- sentenció la rusa - ¿Sabe qué? -dijo bajando la voz. 
  • ¿Qué?
  • ¡Que tuve a un cabrón follándome mientras yo le apuntaba a la cabeza con la Tókarev!
  • ¿Qué?
  • Sí, sí... ¡intentó violentarme! Y luego yo le obligué a que me penetrara... ¡con el cañón en le cráneo!.

La inocente estudiante de Erasmus había desaparecido. Ante mi, cara a cara, unos ojos verdes de depredadora, taladraban los míos con cierta malignidad. Por primera vez tuve sensación de peligro frente a aquella mujer. Ella lo notó al instante y esto pareció agradarle. Continuó relatándome su historia, explicando que, casi al final de sus estudios, había conocido a un mafioso que realizaba inversiones inmobiliarias en España y se había convertido en amante suya. Ahora vivía con él y esto le servía para ir introduciéndose en diversos negocios.

  • Aunque me siguen gustando más las matemáticas que los negocios. Ahora yo y dos compañeros estamos trabajando en la resolución de uno de los problemas del milenio: la hipótesis de Riemann. Es una conjetura formulada en 1859 que guarda relación con la distribución de los números primos en el conjunto de los números naturales. ¿Sabe de qué le estoy hablando?
  • Más o menos... ¿Siguen dando el premio de un millón de dólares a quien resuelva alguna de los seis problemas que quedan?
  • Lo siguen dando y... ¡nosotros no haremos como Grigori Perelmán, que renunció al dinero tras demostrar la hipótesis de Poincaré, nosotros cobraremos el millón!

A pesar de la amabilidad y locuacidad de Veranika, el desasosiego se había apoderado ya de mi y quería marchar. Pero la depredadora me consideraba ya una presa suya...

  • ¿Se va a marchar sin intentar seducirme?
  • ¿Qué posibilidades tendría de hacerlo?
  • Depende... de lo que me pueda ofrecer... ¿Vendría a visitarme mañana al hotel?
  • ¿Y cómo sabes que te voy a dar lo que deseas?
  • ¡Déjelo de mi cuenta, usted simplemente acuda!

El  magnetismo de Veranika era excesivo para que me intentara resistir a sus efectos  y llanamente cedí a su proposición.


(Continuará)