Consciente de lo delicado de su situación, Berta realizó dos bravíos intentos por solucionarla, apuntando hacia blancos diametralmente opuestos. En primer lugar buscó sosegar su exacerbado deseo, poner límites y fronteras a unos impulsos que parecían totalmente desbocados. Era una vía muy nueva para ella y con la que su carácter y temperamento parecían poco compatibles. La lucha contra el apego a los sentidos y la disciplina, que no es disciplina, de contemplar nuestras emociones sin que éstas nos dominen, es un combate que pueden realizar con éxito sólo un tipo determinado de personas, aquéllas propensas a sondear dentro de si mismas, a la introspección y a un controlado autoaislamiento. Para los personajes sensualmente explosivos como Berta, que por tendencia natural hacen cosas antes que pensarlas, la práctica del desapego resulta muy ardua.

Berta jamás había tenido necesidad alguna de limitarse en sus prácticas sexuales. Dotada de sentidos vigorosos, inteligente y audaz, la mujer estaba acostumbrada a gozar del sexo plenamente y siguiendo siempre sus impulsos. Le había ido muy bien hasta entonces, disfrutando mucho desde que era adolescente y prácticamente alcanzando simpre lo que se proponía en materia de sexo. Incluso los enamoramientos, intensos pero breves, estuvieron exentos de los dolores y malestares que suelen llevar aparejados. Pero ahora Berta se veía sorprendida por su obsesión enfermiza hacia el distante Tesifonte, algo que por primera vez en la vida la superaba.

La semana durante la cual Berta intentó detener sus prácticas masturbatorias y las folladas sin control, fue para ella una verdadera tortura. Se sentía a si misma como una enferma de manos temblorosas y pulso más que incierto obligada por las circunstancias a ejercer de neurocirujana... ¡tras haberse tomado además varios litros de café muy cargado!. Torpemente quiso practicar la meditación, una práctica difícil y muy ajena a su manera de ser, y se aplicó en diversas técnicas de control mental. Ayunó y se alimentó según preceptos vegetarianos, tomó infusiones calmantes e hizo más deporte del habitual. Su estado físico mejoró, sin duda, pero al mismo tiempo que se sentía repleta de energía, una angustia dolorosa y quemadora se apoderó de ella, como un fuego tóxico que emanase de la boca de su estómago. Aunque al inhalar tomaba mucho aire, en algunos momentos parecía faltarle y se sentía a punto de asfixiarse. En los últimos días empezó a llorar de manera casi continuada. La semana ascética de Berta finalizó cuando la mujer se hundió su rojo consolador en un coño suplicante para masturbarse casi sin parar durante más de dos horas seguidas.

El segundo intento de Berta fue en sentido totalmente contrario al primero, queriendo provocarse a sí misma el agotamiento e insensibilización de los sentidos mediante su uso exagerado. Berta llamó a un amigo suyo, gran amante y follador, que siempre iba tras ella para gozarla y le propuso algo que éste llevaba ya tiempo deseando pero puesto al límite. Antolín, aunque conocía los ímpetus de Berta, quedó inicialmente sorprendido por el guión que ella le presentó. Guionista, directora y productora al tiempo de la obra que había concebido, la libertina expuso con detalle sus exigencias.  El espíritu de Hermes de Antolín le hizo fácil responder de manera gozosa al envite de su amiga, a pesar de su desconcierto de partida.

Antolín tenía un conocido que cumplía sin problemas las condiciones impuestas por Berta, pero tuvo que buscar rápidamente a otros dos hombres de idénticas características. Los cuatro llegaron a la hora fijada a casa de Berta, que les recibió ya desnuda y sin mucho protocolo. Les hizo pasar a la habitación roja, un cuarto de la casa cuyas paredes, techos y suelo eran de este color. La pared recayente al exterior estaba  acristalada por completo y desde ella se divisaba la calle, bastante transitada, y cercana, porque se trataba de una primera planta. El acristalamiento, sin embargo, era opaco desde fuera, impidiendo que los ocupantes de la habitación fueran contemplados por los transeuntes. Aun así el efecto psicológico era importante y uno tenía continuamente la sensación de que era visto.

En otras circunstancias Berta habría jugueteado largamente con los hombres pero en esta ocasión fue directa al grano, como si aquello fuera un ritual o un exorcismo y no un juego sexual. Los varones seleccionados, que ya estaban aleccionados por Antolín sobre cual debía de ser su comprotamiento, se fueron sentando por orden en un taburete acolchado dispuesto en el centro de la habitación. Los miembros de los hombres eran muy grandes, porque así lo había pedido Berta, tanto en grosor como en longitud.

La mujer se hizo encular por aquellas vergas gigantes en lo que a cualquiera le hubiera parecido un verdadero empalamiento. El primero de sus folladores actuó con prevención porque temía dañar a la mujer, pero Berta lo estimuló a actuar con rotundidad. A pesar de esto, gimió de dolor al empezar a entrar la inmensa polla en su agujero anal. Finalmente se la tragó entera. Mientras Berta quedaba lanceada por detrás, Antolín se aplicó a su tarea prescrita y tocó con su boca y lengua una sinfonía mágica sobre el sexo de Berta. Los berridos y ayes no cesaron, acompañados de temblores violentos, durante todo el tiempo en que los hombres estuvieron en acción, que fue mucho, porque se fueron turnando y repitieron dos veces todos y tres uno de ellos. Antolín no cesó ni un momento de adorar el coño de Berta. 

Aquella noche la lasciva durmió tranquila por primera vez en bastante tiempo. Se levantó relajada y contenta, pensando que había conseguido su objetivo. Pero ya a medidodía, su coño mojado y la imagen casi diabólica del rostro de Tesifonte taladrándole el cerebro, le indicaron que se encontraba en las mismas de antes.