Una firme vocación (III): Soy una cíborg


Por lo tanto, el primer escalón que en su ascenso a lo alto del trampolín de gozadora tuvo que subir Natalia fue el de construirse una sólida autoimagen, en la que aparecía retratada como atleta y virtuosa del sexo, artista del placer, campeona del goce y ofrecedora sagrada de delicias carnales, en lugar de como puta, meretriz o despreciable zorrón. Tal ejercicio no fue sencillo en su momento ya que suponía implantar en sus neuronas códigos muy distintos a los que le eran ametrallados contínuamente desde su entorno y requería de un constante estado de alerta para mantener viva e iluminada la nueva imagen positiva que había escogido conscientemente para sí...



Observó Natalia a su amante, que ahora yacía a su lado, con la frente apoyada sobre el hombro de la mujer, dormido plácidamente. El silente varón emitía al expirar un tenue ronquido que hizo reir a Natalia. Le gustaba aquel tipo enjuto, con anatomía de ciclista y cara algo fea, que podía en un momento dado acometer un mete-saca como si del ascenso al Col de Tourmalet francés se tratase, con espíritu bravío y alegre, con constancia, sin cansarse, incluso con esprints, si falta hacía. Era capaz de hacer bromas ocurrentes y a veces resultaba tan hábil con los argumentos en una batalla dialéctica como un artista de malabares con sus pelotas de colores... Le placía más estar con él en las tardes lluviosas, como aquélla...

Natalia notó una gran gota de esperma que le resbalaba por el muslo tras salirle del coño. Las corridas de su nervudo amante solían ser importantes y las veces que follaban sin condón la llenaba con su chorreo. Tuvo un primer impulso de coger un pañuelo de la caja que había sobre la mesilla de noche para limpiarse el semen. Pero luego, de repente, un escalofrío meloso le sacudió un latigazo en el bajo vientre. Dos de sus dedos penetraron en la encharcada vagina para recolectar semen y flujo, luego olió su cosecha con una mezcla de aprensión y de excitación y, de la misma forma, como una niña que ejecuta una acción imprudente que sabe no debe hacer pero que sin embargo desea realizar, se chupó ambos dedos comprobando una vez más el sabor dulzón de la leche de su delgado atleta. De inmediato su clítoris solicitó atención, nervioso ya y ansioso de goce. Natalia sabía que, en situaciones como aquélla, unos pocos toqueteos bastarían para hacerla descargar pero, como experta en el placer, prefierió estirar el menú lascivo y su dedo índice bailó alrededor del clítoris, circunvalándolo y rozándolo con habilidad. De manera casi inmediata el pequeño miembro se cubrió de punzadas de placer y la musculatura de los muslos se tensó para recibir un estallido. Pero Natalia la relajó de manera consciente, enviando así dos oleadas de invisible flujo orgásmico hacia las piernas y la parte superior de su cuerpo. Casi, casi- pensó -podía escribir una música lujuriosa modulando en tiempo y forma aquellas oleadas, que se repetían de manera continuada. Pasaron más de cinco minutos durante los cuales la mujer tocó su particular sinfonía. Luego, llevó uno de sus pezones alargados y duros a la boca del durmiente que, de manera inmediata e instintiva empezó a succionarlo. Ella aprovechó la muy prevista circunstancia para reventar en un orgasmo potentísimo mientras berreaba como una posesa.


El segundo escalón que tuvo que transpasar Natalia en su ascenso fue el que representaban sus propios amantes que, casi siempre, tenían una marcada tendencia a querer poseerla en exclusiva. Natalia, una vez pudo controlar su diálogo interior y se juzgó a sí misma como una criatura muy valiosa, una vez se amó y se apreció tal como era, tuvo la mente libre para sacar conclusiones de su intensa y productiva actividad sexual. Supo así con relativa rapidez que sus tiempos de descarga libidinosa eran unos y que los de carga eran otros y que cargas y descargas resultaban ser distintas para cada compañero sexual. Dado su proverbial sentido de humor se representó mentalmente a si misma como una cíborg alimentada por unos generadores que fueran sus amantes mismos.

- Verás, Eduardín - le explicó en una ocasión a uno de ellos -imagínate que yo soy como un robot y que para ponerme en marcha necesito unas grandes pilas y que tú eres una de ellas. Cuando te conectas a mi empezamos a funcionar y... según sea la pila yo voy más rápida o más lenta, me enciendo mucho o lo hago menos, marchan mejor unas partes de mi cuerpo u otras. Muchas pilas me pueden alimentar de muchas maneras distintas, pero todas acaban descargándose y luego necesito un tiempo para que se recarguen, para que yo pueda volver a alimentarme con ellas, cuantas más pilas pruebo mejor, así funciono mejor con todas... ¿O no te lo pasas estupéndamente conmigo tras unas semanitas sin catarme?

- Es cierto lo que dices, Natalia, pero yo quiesiera estar siempre contigo, aunque mi pila se descargue...

- Esto es físicamente y eléctricamente imposible mi amor, soy una cíborg extraterrestre, ya lo sabes...

(Continuará)