Mientras follaba, Natalia conseguía a veces una situación de trance de tipo meditativo. Ella era muy dada de ordinario a sumirse en reflexiones y pensamientos, en particular cuando alguna preocupación la embargaba. Pero al mismo tiempo su sensualidad y su lascivia eran muy violentas y capaces de arrastrarla incluso en situaciones de tensión psicológica e inicialmente poco favorables al goce. Y así fue como, por casualidad, un día en que estaba muy preocupada por una discusión que había mantenido con su madre y cavilando al respecto, acabó en la cama con uno de sus amantes, con su cuerpo danzando entre orgasmos y su cabeza concentrada en el problema que la absorbía. Fue como una revelación o epifanía, porque acabó sintiéndose en un espacio fuera del tiempo, contemplándose a si misma y a sus molestias, que flotaban como nubes a su alrededor. La reflexión se volvía ligera y clara y las ideas acudían de repente con diáfana claridad. Cuando su amante se corrió, Natalia ya tenía solucionado su dilema. Desde entonces ocupaba parte de su ocio lascivo en estas meditaciones orgásmicas, como solía denominarlas para sí misma.

Cuando el bajo vientre se le contrajo al reventar en otra corrida, Natalia pensó, accediendo a uno de sus trances, que tampoco había sido fácil adquirir soltura en surfear el placer como ahora lo hacía. Porque la mujer se dio cuenta muy pronto de su naturaleza impetuosa en lo sexual y del enorme goce que podía proporcionarle, pero también supo al mismo tiempo que sus vocación lujuriosa era algo en general muy mal visto. No se trataba sólo de que ella tuviese una sexualidad muy viva- algo tolerable en nuestros tiempos para una fémina si se gestiona con discreción -sino que además la suya era una sexualidad expansiva, abarcante, que buscaba complacerse de manera espontánea con múltiples compañeros, de cada uno de los cuales extraía matices de placer definidos y particulares. Natalia llevaba mal, muy mal, estar con un solo hombre. Su lascivia necesitaba de muchos y si así era satisfecha semejaba un potente terremoto pero se apagaba por completo, hundiéndose en las simas de su cuerpo, si se le negaba la diversidad.

El calificativo que correspondía según la vox pópuli a su manera de sentir y hacer las cosas en el sexo era el de PUTA, con todas las letras mayúsculas, esto lo supo enseguida Natalia. Para su suerte, sin embargo, había sido instruida por su familia en una visión crítica respecto de las opiniones y convenciones sociales. Una verdadera suerte, se repetía ella, porque incluso sus mismos padres, a pesar de su pensamiento abierto, no hubiesen dudado en asignarle el mismo y mancillante calificativo antes expuesto, si hubieran sabido de sus andanzas. Su primer aprendizaje tuvo pues que ser el de crearse, para si misma, una imagen adecuada y respetable de lo que hacía siguiendo sus propios impulsos, una imagen que nada tenía que ver con la de la SUCIA ZORRA, que casi siempre iba a perseguirla.

¡Ah, la leche que la inundaba! ¡Menuda corrida la tuya mi amigo! Siempre tan generoso con tu esperma... ¡Buen chico! Aunque tardas en recargar. ¡Se acabó de momento la meditación orgásmica!

(Continuará)